Hablar del Dr. Fidel José Fernández y Fernández Arroyo es hablar de un superhéroe, y no estoy exagerando. Cómo si no podría un solo hombre contabilizar cada temporada de cría, durante 48 años, cientos de nidos de buitres leonados, decenas de nidos de alimoche, otros tantos de cigüeña blanca, además de búhos reales, halcones peregrinos, azores, águilas calzadas, cuervos… y así una larga lista de especies.
Si este trabajo, que realizó Fidel José, él solo, de manera totalmente altruista, hubiera tenido que ser contratado, habría sido necesaria una ingente cantidad de dinero y un equipo de no menos de 5 biólogos cada año, y aún así, habría cosas que jamás hubieran podido encontrar porque otro de los grandes poderes de este superhéroe de chaleco, prismáticos y libreta era su capacidad de contagiar ese entusiasmo y amor por el Refugio de Rapaces de Montejo, consiguiendo con ello un ejército de seguidores, que colaborábamos con él y le pasábamos cualquier avistamiento interesante que pudiera
ser necesario registrar.
Fidel José contaba con el superpoder de contagiar a cientos de naturalistas esa especie de “virus montejano”, que afecta a la necesidad imperante de pisar los páramos, riberas, sabinares, pinares o encinares del Refugio y las Hoces del Riaza, registrar su espléndida biodiversidad y pasarle los datos a él, para que pasen a la posteridad en las Hojas Informativas, donde se refleja toda la historia del Refugio, pudiendo así servir de ayuda a la conservación del mismo.
Pero no se equivoquen. Aunque pueda parecer que el Dr. Fidel José contaba con mucha ayuda en el
afán de conocer la biodiversidad del espacio natural, realmente el grueso del trabajo era realizado por él
mismo. Puede que la localización de algún nido se la facilitara otra persona, pero después él lo visitaba las veces necesarias para saber el resultado de la reproducción y volvía cada año para comprobar si se repetía o no, añadiendo año tras año más y más trabajo a su ya complejo seguimiento.
El Dr. Fernández y Fernández-Arroyo decía que tenía tres métodos para localizar los nidos de las aves,
que en orden de dificultad eran: primero, localizarlo por sí mismo. Segundo, que alguien te diga la ubicación, y mediante esas indicaciones encontrarlo. Tercero, que alguien te acompañe y te lo enseñe.
¿Quién revisará ahora la evolución de las poblaciones de fauna del Refugio?
La desaparición de Fidel José supone un antes y después en esta singular historia de conservación única y mágica. Si bien la muerte del Dr. Félix Rodríguez de la Fuente supuso cambios difíciles para el Refugio,
en aquel momento, con solo 22 años, ya estaba Fidel José comprometido y contagiado del espíritu “Montejano”, defendiendo a capa espada (más bien con prismáticos y libreta) la continuidad de la leyenda.
Ahora las cosas son distintas y aunque somos muchos los que a lo largo de estos años nos contagiamos de ese espíritu, no ha emergido de entre todos/as ninguna figura que pueda asemejarse, ni tan siquiera de lejos, a lo significa nuestro superhéroe Fidel José.
Él era único, irremplazable, como lo son las personas excepcionales. Tenía unas capacidades fuera de
lo normal. Una memoria que impresionaba a quienes lo conocían. Cuando alguien le decía su nombre y apellidos, días después se dirigía a él repitiéndolos de memoria, como si se los acabara de decir. Del mismo modo recordaba fechas, citas, comentarios… como si de una computadora se tratara.
También tenía una increíble capacidad de sacrificio, olvidándose de sus necesidades personales en favor de la conservación del Refugio. Y sabiendo que alguna alta capacidad me dejo, solo destaco por último su superioridad a los demás seres humanos en honradez, en el sentido de la lealtad, en su compromiso con la verdad.
Fidel José no era normal, era muy superior a los demás, aunque su humildad y dedicación a un cometido tan concreto no lo hayan hecho destacar lo que realmente se merece.
Y es que el Dr. Fidel José Fernández y FernándezArroyo nos dejó infinidad de informes, apuntes, notas
de prensa, artículos…; miles de páginas de un gran valor, que cuentan con detalle la historia y evolución del Refugio de Rapaces de Montejo y las Hoces del Riaza.
De todo su inmenso archivo documental, puede que lo más importante sean las 57 Hojas Informativas
sobre el Refugio, donde se recogen los avistamientos, censos, informes y demás acontecimientos anuales.
Si alguien necesita saber algo sobre el Refugio, el primer lugar donde deberá buscar será ahí. Por suerte,
están disponibles todas, junto a mucha más información, en la web www.naturalicante.com, gracias al trabajo y generosidad de Raúl González.
En su faceta de naturalista, era experto en biología, a pesar de la carencia de un título. Esto le trajo en ocasiones múltiples problemas con quienes se empeñaban en clasificar el conocimiento en función del título de cada uno.
No cabe duda que su capacidad lectora, su curiosidad en todo aquello que tuviera relación con el medio ambiente y su máxima dedicación lo convertían en uno de los mayores expertos del mundo en aves carroñeras.
Pero también era un gran conocedor de la fauna ibérica e incluso mundial. Así lo atesoran sus intervenciones en el Canal de la UNED, con “Respuestas de la Ciencia”.
Fidel José era doctor en Matemáticas, disciplina en la que destacó de manera brillante, llegando a publicar artículos en revistas de prestigio internacional.
Su trabajo de profesor ha sido también reconocido por compañeros y alumnos. Su profesión era lo que
en ocasiones le causaba desasosiego, sobre todo por el desinterés en el aprendizaje de algunos alumnos.
Siempre contaba con dolor cómo había notado que los jóvenes eran cada vez menos constantes en el esfuerzo, valoraban mucho menos que antes el aprendizaje y esperaban que las cosas les cayeran en las
manos por arte de magia.
El Dr. Fidel José ponía tanto entusiasmo a su trabajo de profesor como en la protección del Refugio.
En una ocasión, nos contó que cuando era niño estuvo durante horas en el balcón de la casa de sus padres del Paseo de la Castellana de Madrid esperando a que pasara un buitre, porque había decidido que hasta que no pasara uno no entraría en casa. Aunque tuvo que conformarse con el paso de una perdicera.
Con 16 años ofreció una charla ante más de mil personas en la Asamblea General de Socios de ADENA, por la que fue felicitado por el propio Félix Rodríguez de la Fuente.
Una vez le pregunté que si siendo tan niño ya le gustaba la naturaleza, ¿por qué no estudió biología o
algo relacionado? A lo que me contestó:
–En primer lugar, porque las matemáticas también me gustan mucho. Pero también porque por aquel entonces ya me había dado cuenta de que si mi sueldo dependía de la naturaleza, no podría defenderla de manera independiente.
Esto es un ejemplo de la capacidad innata de Fidel José y me sirvió de lección, sobre todo cuando poco
después sufrí el desplazamiento laboral de Montejo, por oponerme a ciertas actuaciones de uso público que habrían sido muy dañinas. El apoyo de Fidel fue fundamental para mí en aquella ocasión, y recordé
una y otra vez aquellas palabras de quien ya de niño conocía la dureza del mundo, a pesar de la falta de
maldad que él atesoraba.
Ahora, en la imponente silueta del vuelo planeado de los buitres del Refugio, vemos reflejada la imagen de quienes se comprometieron con su conservación junto a Fidel José.
El sabio y honorable guarda Hoticiano, el “Guardián del Refugio”, desaparecido en 2015, y con el que
Fidel José formó un tándem perfecto en los primeros años del Refugio, representaba como nadie la unión entre naturalistas y paisanos, algo imprescindible en la conservación de cualquier espacio natural. Hoticiano fue sustituido por su hijo Jesús Hernando, “Susi”, el actual guarda, que es un fiel reflejo de la genética que les une.
También en esos vuelos sobre las majestuosas peñas que forman este espacio natural podemos ver
a naturalistas que vinieron desde tierras lejanas, conocieron a Fidel José y quedaron atrapados por la
magia del Refugio. El caso más llamativo es el del gran ornitólogo suizo Daniel Magnenat, que se perdía
entre los páramos y recovecos del monte en busca de nidos de pequeñas aves, aportando una valiosísima información, que servirá para conservarlas. A día de hoy su viuda, Mariane Delacretaz, sigue colaborando económicamente.
Aquí quedamos el resto de simples individuos, algo perdidos sin Fidel José, pero con su recuerdo diario y la mente puesta en honrarle continuando su legado, manteniendo el archivo histórico del Refugio
y tratando de que éste siga estando bien conservado y lleno de vida, de manera que sea un orgullo para los naturalistas y los habitantes de la zona.
Sirva el recuerdo de los que amamos estas tierras y reconocemos el valor del trabajo que realizaron todos los que ya no están entre nosotros, como homenaje a ellos, destacando la figura de quien lleva su nombre unido al del Refugio de Rapaces de Montejo, el Dr. Fidel José Fernández y Fernández-Arroyo. ¡¡GRACIAS!!
Reflejo de su amor por estas tierras castellanas, que era el motor de su vida y su trabajo, es esta poesía titulada “El Páramo”, escrita en 1983 y publicada íntegramente en la Revista Argutorio bastantes años después, de la que exponemos un pequeño fragmento.
Durante días no hallé un ser humano,
en aquellas tierras bravas y puras;
excepto algún pastor castellano,
que soporta esas condiciones duras.
Los pastores, al amor de las lumbres,
narran viejas historias de las sierras,
de lobos refugiados en las cumbres,
que aún podrían volver a aquellas tierras.
El alto páramo es ajeno al mundo,
al mundo que el hombre transformó;
y el viento lleva el mensaje profundo
de la tierra que siempre resistió.
El páramo oculta en su corazón
hondas cárcavas de agreste belleza,
precipicios donde vive el halcón,
y tienen los buitres su fortaleza.
Los registré con enorme ilusión,
sintiendo por su vida un gran respeto;
conté todos los nidos del cañón,
y a las rocas arranqué su secreto.
Juan José Molina Pérez
Presidente del Fondo para el Refugio de Rapaces de Montejo
A mediados del pasado mes de mayo estuve observando un nido de alimoche (Neophron percnopterus) en las cercanías del Embalse de las Torcas (Zaragoza). La luz del mediodía batía con fuerza la roca caliza, en hermoso contraste con el cielo azul nítido y el verde desvaído de los pinos de Alepo (Pinus halepensis). El adulto que estaba tumbado en el nido se levantó a descansar en el borde de la repisa. El fuerte viento movía las plumas de su cabeza. Al contemplar con el tembloroso telescopio la oquedad oscura de la cueva que alojaba el nido, me vino desde el fondo de la memoria el recuerdo de Fidel José.
¡Cuántas conversaciones maravillosas en las que me relataba con entusiasmo la dificultad que entrañan los censos de buitres y, en especial, los de alimoche! Casi escuchando el timbre de su voz, con tanto parecido a Félix Rodríguez de la Fuente, me acordaba de la razón por la cual Fidel José censaba los buitres egipcios casi en par de los levantes de la aurora, pues la luz de las horas centrales del día es tan intensa que el agujero de la cueva donde descansan sus pollos aparece negro en su totalidad, y no se ve absolutamente nada; por este motivo, Fidel José dormía en la ladera de enfrente del nido de alimoche para poder censar bien el número de pollos y, si no lo conseguía –a pesar de esta precaución–, volvía al día siguiente y, si era necesario, al otro. No he visto nunca tanto rigor en la realización de censos de aves rupícolas.
Por estas fechas, Fidel José estaría ya inmerso de lleno en los censos de rapaces en el Refugio de Montejo, en el Parque Natural de las Hoces del Riaza (Segovia). Todavía me parece que me va a llamar desde alguno de los pocos lugares con cobertura, para decirme que está feliz y que esas tierras son maravillosas y salvajes, en esas inefables conversaciones con el viento del páramo de fondo. Y es que hace tan sólo nueve meses que nos dejó de manera repentina, inesperada e inolvidable uno de los mejores naturalistas españoles y un amigo entrañable, de esos que hunden sus raíces en la adolescencia, en los ya lejanos años de los grupos de linces de ADENA (actual WWF), que era la sección juvenil de la recién fundada asociación conservacionista.
El tiempo ni vuelve ni tropieza, como gustaba de decir Quevedo, pero, aunque el mes de septiembre de 2022 se vaya alejando en la sombra, la vida de Fidel José no cabe en el olvido. A la primera conmoción que puso en solfa todos los posibles de su familia, amigos y conocidos, removiendo como un ciclón los posos de nuestra alma, ha dado paso la serenidad y la gratitud por haber podido compartir una vida llena e bondad y entrega total al estudio, la defensa y la conservación de ese fragmento maravilloso de nuestra tierra que son las Hoces del Riaza.
Decía el filósofo Henri Bergson, que los recuerdos reposan en lo hondo de nuestra alma en estado de espera a que algo los actualice y los lleve al primer plano de la conciencia. En todo este tiempo he podido mprobar por experiencia la verdad de la intuición del pensador francés; con mucha frecuencia, me vienen recuerdos de imágenes, como si fueran escenas de una película, de tantos años de amistad fraterna con Fidel José.
No deja de asombrar el hecho de que el ser humano tenga en la memoria una extraordinaria posibilidad de sobrenadar por la caducidad del tiempo, una especie de atisbo de la eternidad. Un recuerdo recurrente, despertado por el vuelo de los buitres, llega desde nuestros años de adolescencia y primera juventud.
A Fidel José debo la primera estancia en el Refugio de Rapaces de Montejo. En una ocasión estuvimos varios días acampando –entonces se podía– con una tienda roja –isotérmica– que compartía con mi hermano, y que destrocé años después en Gredos al no secarla como conviene después de una tormenta. El entrañable guarda Hoticiano ya sabía de nuestra presencia tres días antes de encontrarnos con él. Fidel José lo adoraba, y Hoticiano correspondía su aprecio tratándolo como si fuera uno de sus hijos. De hecho, Jesús Hernando, el actual guarda del Refugio, ha sido como un hermano para Fidel José. Cuántas veces, años después, me ha citado literalmente frases que yo dije en aquella ocasión y que no recordaba en absoluto. Casi no dormíamos, apenas dos horas al día, pues el entusiasmo nos llevaba a censar búhos reales (Bubo bubo) por el cañón en medio de la noche, o subir al comedero, antes del amanecer, en un tiempo en que era mucho más difícil que ahora observar un festín en la caseta que ADENA había construido como escondrijo para el estudio de las aves carroñeras.
En ese tiempo, Fidel José había ganado el primer premio Faraday para jóvenes investigadores, lo que le daba un aura de respetabilidad entre los linces que teníamos algunos años menos que él. Lo que quizá pocos saben es que la organización del premio no le devolvió una de las copias del trabajo sobre las poblaciones de rapaces del recién fundado Refugio de Montejo, de modo que reconstruyó la investigación página por página, con un tesón que no ha perdido nunca y, lo que es más notable, fue capaz de aprobar todas las asignaturas del curso de matemáticas con matrícula de honor.
Fidel José era un matemático extraordinario. Resolvió un teorema que nadie lo había conseguido hasta entonces en seis meses, y lo presentó como tesis doctoral. Uno de sus compañeros de profesión me dijo en una ocasión algo que tiene mucha gracia: si todo lo que Fidel José ha dedicado a los buitres lo hubiera consagrado a las matemáticas sería Gauss (el mejor matemático de todos los tiempos).
De ellas aprendió algunas lecciones inolvidables para la vida: la primera, que cuando uno se equivoca lo mejor es reconocerlo con humildad. Si es un profesor, este hecho lo engrandece y honra, pero si se empeña por orgullo o soberbia en justificar lo injustificable, seguro que se desacredita ante sus alumnos y ompañeros.
Fidel José ha sido una de las personas más humildes que he conocido, se notaba incluso en lo que escribía, siempre precedido por un «en lo que se me alcanza», «por lo que yo sé».
La segunda, que si uno no se equivoca no tiene que rectificar, sino decir la verdad. Aunque el jefe diga que cinco y tres son siete, pues son ocho. Hay que mantenerse siempre en la búsqueda de la verdad, sin ceder a la inercia de la pereza que lleva a bajar el listón del rigor, lo que nada tiene que ver con el rigorismo. Y, finalmente, mantener el esfuerzo continuado en el tiempo por aquello que merece la pena, y, a ser posible, hacerlo con ilusión y entusiasmo, sin desanimarse nunca, pase lo que pase.
Fidel José nunca perdió la ilusión por la tarea que dio sentido a su vida y a la que sacrificó todo: una posible familia, las glorias y vanidades académicas, vivir para el dinero y el poder… Lo que hizo tomar a su existencia una figura que lo acercaba a Francisco de Asís o al don Quijote de la segunda parte de la obra inmortal de Cervantes (1615), en la que el héroe ya no alucina ni realiza acciones descabelladas para hacer justicia a los desfavorecidos, sino que ve la realidad con claridad meridiana y son los demás los que tratan de engañarlo y hacer que pierda el ánimo. Sin embargo, don Quijote no cede al desaliento o al escepticismo, ni se cansa de la vida ni del esfuerzo de mantener vivo y actuante su ideal caballeresco; antes bien, lo renueva con esperanza otoñal y un nuevo entusiasmo.
Fidel José ha representado en nuestro tiempo un ideal tan generoso –liberal, dirá Cervantes– y lírico, que no espera nada a cambio.
Fidel José parecía vivir del calor eterno del abrazo que Cristo dio una vez a un niño, que en el fondo somos todos. Tenía los ojos enraizados en el corazón, por eso nunca perdió la capacidad de asombro de la infancia. Sus ojos se encendían ante la más mínima manifestación de vida silvestre. Lo normal es que, con el paso del tiempo y los desengaños de la vida, matemos al niño que fuimos.
Fidel José no lo hizo nunca, y por eso pudo adentrarse en dimensiones de la realidad que le parecen inexistentes a quienes se mueven por la soberbia, el afán de protagonismo o de dinero, o la búsqueda de poder a toda costa, aunque sea en los ámbitos tan nobles de la conservación de la naturaleza.
Sus luchas y desvelos por la protección del Refugio fueron proverbiales desde su fundación, cuando se enamoró de esas tierras para siempre.
Entre tantas cosas como le agradezco, se encuentra el hecho de que ha trasformado nuestra manera de ver la realidad y la relación con la naturaleza: el mundo y las cosas, los seres vivos y las personas humanas no son meros objetos de posesión, codicia o explotación; presas a las que dominar o acaparar, sino motivo de agradecimiento que implora una relación fraterna con ellas.
Fidel José era la gratitud en persona. A todos los que lo tratamos nos hacía gracia la cantidad de veces que te agradecía algún favor, regalo o detalle. Una actitud verdadera, que le salía de dentro, sin fingimiento alguno, y que terminó haciéndonos mejores a todos.
Con sobrada razón se le puede aplicar el poema más corto de Miguel D’Ors: «Se fue, pero qué manera de quedarse».
No sé las veces que habré visto en estos meses el hermoso documental del joven Adrián Díaz Villafuerte, The Feast. Las primeras imágenes de buitres en vuelo, punteadas por la música, hacen que la voz en off de Fidel José nos estremezca: «Los buitres son el signo de una naturaleza salvaje en equilibrio, son un hermoso adorno del cielo, dominan el aire y el viento como muy pocas criaturas en el mundo, y su vida para mí es fascinante».
Esa fascinación fue auténtica, constante, inasequible al desaliento. Más de 55.000 horas pasadas en esas tierras bravías y hermosas, en plena soledad y silencio, padeciendo indecibles inclemencias de todo tipo: lluvias imparables, fuertes tormentas, suelos embarrados, sol abrasador, falta de agua, mal comer al final de un día agotador de censo, imposibilidad de higiene, etc., afinaron su sensibilidad, de modo que, además de su rigor científico, percibía toda la poesía que hay en el mundo.
Ese espíritu de finura le dotó de un temple lírico ante el inagotable misterio del mundo, haciendo de él una persona capaz de empatizar con sus semejantes, amigo de todos los pastores de la comarca, que lo llamaban para darle sus datos de todo lo que observaban porque sabían que Fidel José los citaría con nombres y apellidos en sus legendarias Hojas informativas, lo mismo que a cualquier otra persona, desde los más nobeles naturalistas hasta los sabios científicos.
Su honestidad intelectual ha sido un testimonio que luce con fuerza en medio de tanta oscuridad como a veces puebla nuestro mundo.
Fidel José era la paciencia en persona, sabía, como dice el bello poema de José Cereijo en Los dones del otoño (2015), que «la vida / no entrega todo su secreto / a los que la tratan con brutalidad, a los que se jactan, / a los que no saben escucharla, / demasiado ocupados en sí mismos», y se hizo al tono en que ella dice lo que importa, pues «sólo / a quien sabe callarse largamente, hacerse parte / de su ritmo sereno, / despreocupado y creador, lo acoge / en su confianza, se le revela / respetuosa y dulcemente alegre, / e incluso alguna vez, alguna rara vez, desnuda, / íntima».
Quedan para mi memoria muchas de esas revelaciones que experimentó en la naturaleza y que tuvo a bien confiarme. Doy fe de su corazón sensible, sin rencor alguno por quienes lo trataron con desdén o fueron incapaces de reconocer su verdadera generosidad; de su actitud auténticamente religiosa, ajena a todo fanatismo, respetuosa para con todos, la compartieran o no.
Sería una lástima que semejante legado se perdiese. No siempre se tiene la suerte de asistir a la existencia de alguien que testimonia el lado luminoso de la vida y nos reconcilia con la humanidad. Esperemos que llegue a buen puerto el museo que recoja la imponente cantidad de datos, carpetas y libros que se alojan en los dos pisos en los que vivía en Madrid, y puedan quedarse para siempre en su amado Montejo de la Vega.
Dr. Pedro Rodríguez Panizo
Universidad Pontificia Comillas de Madrid